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(CUENTO) ¿Buena suerte o mala suerte?

¿Es "bueno" o "malo" comparado con qué?
Mònica Lapeyra Pertussini

(CUENTO) ¿Buena suerte o mala suerte?

Muchas veces los eventos que ocurren en tu vida, necesitan de una cierta perspectiva para catalogarlos de "buenos" o "malos". Para saber si has tenido "buena" o "mala" suerte. Para valorar el impacto que han provocado en ti, en tu entorno o en tu desarrollo vital.

Como aquella mujer a la que le tocó la lotería (qué buena suerte) y eso provocó que todos sus familiares endeudados le pidieran dinero y se enfadaran con ella al no querer prestárselo (qué mala suerte). O aquel matrimonio que perdió el avión para irse de vacaciones (qué mala suerte) y luego el avión se estrelló al aterrizar (qué buena, providencial suerte...). O aquella generación conocida por todos nosotros que sufrió una pandemia de un tal Coronavirus (qué mala suerte) y que aprendió a tener más Amor por la Naturaleza y a valorar los pequeños detalles (qué buena, amorosa suerte...).

Estamos educados en el juicio. Rápidamente nuestro cerebro se activa ante cualquier situación para determinar si es "buena" o "mala", "correcta" o "incorrecta". Eso, tristemente, también nos pasa con las personas. Incluídos nosotros mismos.

¿Y si aprendemos a esperar un poco, para ver el recorrido de las consecuencias, la trascendencia de las cosas, más allá de la inmediatez? ¿Puede ser eso útil?

Me encanta este cuento, que habla de la sabiduría del que sabe esperar. Os invito a leerlo: 

“Esta es una historia que habla de un anciano labrador, viudo y muy pobre, que vivía en una aldea, también muy necesitada.

Un cálido día de verano, un precioso caballo salvaje, joven y fuerte, descendió de los prados de las montañas a buscar comida y bebida en la aldea. Ese verano, de intenso sol y escaso de lluvias, había quemado los pastos y apenas quedaba agua en los arroyos. El caballo buscaba desesperado comida y bebida para sobrevivir.

Quiso el destino que el animal fuera a parar al establo del anciano labrador, donde encontró la comida y la bebida deseadas. El hijo del anciano, al oír el ruido de los cascos del caballo en el establo, y al constatar que un magnífico ejemplar había entrado en su propiedad, decidió poner la madera en la puerta de la cuadra para impedir su salida.

La noticia corrió a toda velocidad por la aldea y los vecinos fueron a felicitar al anciano labrador y a su hijo. Era una gran suerte que ese bello y joven rocín salvaje fuera a parar a su establo. Era en verdad un animal que costaría mucho dinero si tuviera que ser comprado. Pero ahí estaba, en el establo, saciando tranquilamente su hambre y sed.

Cuando los vecinos del anciano labrador se acercaron para felicitarle por tal regalo inesperado de la vida, el labrador les replicó: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”. Y no entendieron…

Pero sucedió que, al dia siguiente, el caballo ya saciado, al ser ágil y fuerte como pocos, logró saltar la valla de un brinco y regresó a las montañas. Cuando los vecinos del anciano labrador se acercaron para condolerse con él y lamentar su desgracia, éste les replicó: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!”. Y volvieron a no entender…

Una semana después, el joven y fuerte caballo regresó de las montañas trayendo consigo una caballada inmensa y llevándoles, uno a uno, a ese establo donde sabía que encontraría alimento y agua para todos los suyos. Hembras jóvenes en edad de procrear, potros de todos los colores, más de cuarenta ejemplares seguían al corcel que una semana antes había saciado su sed y apetito en el establo del anciano labrador. ¡Los vecinos no lo podían creer! De repente, el anciano labrador se volvía rico de la manera más inesperada.  Su patrimonio crecía por fruto de un azar generoso con él y su familia. Entonces los vecinos felicitaron al labrador por su extraordinaria buena suerte. Pero éste, de nuevo les respondió: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”. Y los vecinos, ahora sí, pensaron que el anciano no estaba bien de la cabeza. Era indudable que tener, de repente y por azar, más de cuarenta caballos en el establo de casa sin pagar un céntimo por ellos, solo podía ser buena suerte.

Pero al día siguiente, el hijo del labrador intentó domar precisamente al guía de todos los caballos salvajes, aquél que había llegado la primera vez, huído al día siguiente, y llevado de nuevo a toda su parada hacia el establo. Si le domaba, ninguna yegua ni potro escaparían del establo. Teniendo al jefe de la manada bajo control, no había riesgo de pérdida. Pero ese corcel no se andaba con chiquitas, y cuando el joven lo montó para dominarlo, el animal se encabritó y lo pateó, haciendo que cayera al suelo y recibiera tantas patadas que el resultado fue la rotura de huesos de brazos, manos, pies y piernas del muchacho. Naturalmente, todo el mundo consideró aquello como una verdadera desgracia. No así el labrador, quien se limitó a decir: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!”. A lo que los vecinos ya no supieron qué responder.

Y es que, unas semanas más tarde, el ejército entró en el poblado y fueron reclutados todos los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones. Pero cuando vieron al hijo del labrador en tan mal estado, le dejaron tranquilo, y siguieron su camino. Los vecinos que quedaron en la aldea, padres y abuelos de decenas de jóvenes que partieron ese mismo día a la guerra, fueron a ver al anciano labrador y a su hijo, y a expresarles la enorme buena suerte que había tenido el joven al no tener que partir hacia una guerra que, con mucha probabilidad, acabaría con la vida de muchos de sus amigos. A lo que el longevo sabio respondió: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”.

Y tú... ¿desde qué óptica sueles mirar lo que vives? ¿Crees que tienes buena o mala suerte? ¿Puedes esperar un tiempo antes de evaluarlo? Y ahora, revisa si esa conclusión podría darse la vuelta...